Y fue entonces cuando todo empezó a ir más fluido. No hacían falta citas ni invitaciones. Simplemente me dejaba caer por allí, por aquel piso de la calle Santuario. Y si se terciaba me quedaba un rato y si veía que no se iba a terciar, no era extravagante la excusa que usaba para irme yendo como de a pocos. Como que me iba sin darme cuenta de que me iba.
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