A estas alturas de la romería y el Marino nos viene ahora con que no va a contarnos mucho más.
Que sí, que se enamoraron. Que él sabía cómo o cuánto se había enamorado. Que podía imaginarse cómo y cuánto se había enamorado la chica de él.
Y que cuando eso ocurre llega la locura. Y la locura no cabe en los libros por más que aprietes, menos aún en esta desangelada bitácora de chichinabo.
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