viernes, 16 de mayo de 2014

Ahora sí, recapitulando

   Días que se convierten en pomadas, bien para alborotar a los receptores de las endorfinas del placer, bien para el mismísimo culo. Días que luego se convierten en delirios. De grandeza y de corazón, "mardito" Gulliver, cuentalotodo, que no sabes callarte ni debajo de la ducha. Y eso que he me ufanado, últimamente, en ir contando que soy un gran mantenedor de secretos. Cosas que siempre empiezan con el "júrame-que-no-se-lo-vas-a-decir-a-nadie". Coño, pues no me lo cuentes a mí. Y yo nunca juro nada y aún así, claro, te lo sueltan rápido. Y después (casi) nunca es para tanto pero mantengo la boca bien cerrada. No me preguntes el porqué de tanto ahinco en mantener esta costumbre. Me imagino que sigo pensando en que tengo una reputación o chorradas de esas. A estas alturas.


   Esta canción ya te la he puesto. Te la puse hace mucho, cuando las cosas iban más ordenadas, por así decirlo. Ahora ya todo es frenesí y golpe de riñón. Bien a la vista está. Sospecho que no son sino indicios de que se aproxima el final de este cuaderno de bitácora. El viaje ha sido largo y espero que (aunque sea algunas pocas veces) emocionante. Pero el viaje, como todos, se acabará y llegará el momento de volver a casa para repensarlo (otro de los beneficios de cualquier aventura que por tal se precie). 

   Antes, por eso de intentar ser de ley, tendré que contarte en qué terminó lo del príncipe y de la vida pucelana del Marino. Eso te lo debo y me lo debo. Y siendo como soy y creciéndome los enanos como me crecen, se me formará un infinito. O dos. 

   Pero tengo curiosidad en ver cómo me cambian las palabras, cómo se mueven mis dedos  por el teclado ahora que ya se vislumbra el final.


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Descartes de las pruebas de personajes para el Gulliver 
Primera tanda








  









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