No es habitual excederse con el alcohol en el Proud Mary. De orujo, los muchachos apenas se embuchan medio vasito, de los de vino, después de las comidas, por digestivo, para entonarse si la mar está mojada y por mejor enganchar y enganchar antes el sueño de las siestas (esto solo los que están fuera de labor). Únicamente en contadas ocasiones la fiesta se alarga y es más prudente echar el ancla. Suele ocurrir que llega un cable con noticias de que un compañero ha sido padre de una preciosa princesa, o de que se vendió bien el grano de la familia de otro. O que sanó el caballo. También sucede, a veces, en el trajinar juntos, que notamos como alguno va perdiendo en el combate diario con la morriña y algo, entonces, habrá que hacer.
Es cuando Andrew desala el bacalao, deseca los hongos y amasa un gran pastel. Comemos sin muchos miramientos. Corren entonces, por la mesa, el vino, las risas y las voces.
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