Mientras tanto Gulliver curiosea papeles, holgazán, en su camarote. Algo le viene a la mente. Sube a cubierta y ordena echar el ancla. Se zambulle desnudo en el mar tranquilo. Deja a su cuerpo flotar. Así se pasa mucho tiempo.
En el jardín de casa de Cardeña, salvando las distancias evidentes, hacía yo lo mismo con la Pollo, cuando esta era chiquita. Nos tumbábamos los dos en el suelo y jugábamos a ver quién atisbaba el pájaro que volase más alto. A falta de los especiales conocimiento de un ornitólogo, yo apostaría que la que más alto vislumbrábamos era una golondrina o un primo suyo, el avión (delinchon urbicum) mas carece eso de casi toda la importancia. Lo interesante o curioso era que tanto mi hija como yo estábamos convencidos de que siempre era el mismo pájaro (todos los días) el que nos escudriñaba impávido desde las alturas.
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