miércoles, 28 de mayo de 2014

El príncipe, que sigue en chándal.

   No cuenta nada la muchacha de sus sospechas, conociendo de los poderes de los secretos, de lo dañinos que estos pueden ser mal administrados, del peligro que entrañan las palabras cuando en cierto orden aparecen en la escena equivocada. Bombas de relojería, con, a veces, el tiempo retardado y, otras, de detonante rápido e inmisericorde.

   Decide, astuta, ahondar en los conocimientos que sobre la desdicha del amado va atesorando como hormiguita. Afianzar las sospechas, ampliar el expediente y el campo de mira, colocar más piezas en las zonas oscuras del entramado. Las más de las veces, dichos propósitos nos son fáciles de alcanzar. Otras le llegan las certezas sin pretenderlo: de un suspiro del amado, de una orden que imparte con excesivo celo, no viniendo ello a cuento, de esas polainas que le ha dado al muchacho ahora por ponerse, que se teme ella que sea por descuido en su aspecto personal. Lo que viene siendo dejadez. 

   De ahí a la depre no hay ni un brinco.

   Zopenco, cobardón, pisarranas, que te ahogas en un flan. 








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