martes, 3 de marzo de 2015
La cosa es que, como era previsible, al bar donde yo tranquilamente esperaba llegó primero Arturito, en un estado ya de auténtica catatonia, sólo se le movían los ojos, como hacia arriba, ¿o era como para atrás?, la cara en una rigidez tirante y estupefacta, las comisuras de los labios hincadas en la mandíbula. Deduje (o solo imaginé) que había estado siguiendo a las chicas y que toda aquella parafernalia era para decirme que sí, que ya llegaban, que estaban prácticamente en la puerta.
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