miércoles, 4 de marzo de 2015

Lo que pasa

   Ya de hoy no puede pasar. Las chicas están en la puerta del bar. Arturo, catatónico. El escribidor de estas palabras, harto de demorar lo indemorable, un día y otro día y otro más. Ya no sabe el juntaletras si lo ha soñado o forman parte de lo real los consejos que le van llegando de diversas fuentes. Que ya vale, que arre o so. Que si no es capaz, más vale que lo deje de una vez por todas.   

   Lo que pasa es que estando ya tan cerca. 

   Lo que pasa es que ha sido tan grande el esfuerzo. 

   Cuando de chavales jugábamos al futbolín, y dado que todos teníamos parecida experiencia y maña, gran parte de éxito era debido a la guerra psicológica. Había que comerle la moral al contrario. Y acuérdate de que valía todo menos meter la mano. Podía mostrarse una fuerza brutal. Valía también agazaparse tras una piel de cordero para, en el momento preciso, en el momento justo, en el momento más insospechado, enlazar dos jugadas magistrales. Un gol desde el extremo izquierdo cuando todo hacía sospechar que la jugada iba a terminar con balón a la olla. Saque y presión con la media. La bola golpeaba el fondo rival y te llegaba a la línea de delanteros sin que el contrario llegase a olerla. Pase al delantero centro. Amago de desplazamiento hacia la derecha. Otro amago de idénticas maneras. Y soltar despacio la pelotita. Por el centro. Los defensores no estaban cubriendo la zona y el portero... ay, el portero, cuando le llegaba, a esas alturas, una pelota lenta, que no tocaba ir lenta, que parecía ir zigzagueando...  Un par de goles así hilvanados y válgame el cielo que la partida y la gloria eran tuyas. 



  Otra táctica, no por sobreusada menos eficaz, era la que había que utilizar cuando, por el mero desarrollo del juego y de la suerte, habías adquirido una ventaja considerable, pongamos que de tres a cero. A los rivales se les ponían las yugulares como cables de aleación. A un gol de pagar la apuesta y dejar el hueco a los siguientes contrincantes. Por relajo de nuestro equipo o por el mero transcurso del juego y el azar, te metían un gol. Te metían otro acto seguido. Ese era precisamente el momento de utilizar la táctica. Fácil. En nada sobrecargada.

   Había que decirles, con tono neutro, ritmo menguado y la sonrisa asomando: "Tanto, tanto navegar, para morir ahogados en la orilla".


  






No hay comentarios:

Publicar un comentario