jueves, 5 de marzo de 2015

Esfuerzo

   Dije en la anterior entrada que el esfuerzo había sido grande. Y me quedé, claro, muy corto. Ha sido atroz, terrible, sobrehumano.



   Tú imagínate al Marino, pendolista, que tiene una letra preciosa, pura tipografía suiza, limpia, asequible, de fácil delineo, de corrido aliento. Pero le dicen, a él, nada más que amanuense, que, encima, los trazos han de poseer la virtud de la razón o al menos del sentido.

  Podría, con esas premisas, aplicarse y lograr un cierto resultado, quizá engañoso o vacuo pero suficiente para dar el pego al más pintado. 

   La maldición homérica (pobre Penélope navegante, miserable ser despelujado) vendría cuando él mismo, tonto y ufano muchacho de tierra adentro, se puso por tarea dejar muchos días un cachito de piel agarrado a cada letra arial, a cada frase sublime, a cada página atroz. Cada día un viaje.

   Y es que se daban días en la vida del muchachito locatis en los que no quedaba un hueco para juntas letras, líneas, párrafos, con calografía correcta, quizá hasta bella, pero a la que había que buscar su argumento.

   Duro. Ha sido muy duro. 















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