Hubo días en que ni el profeta confiaba en sí mismo. No sabe ni cómo solventó los escollos. Una visita a media tarde (inesperada), un cólico repentino de Tron (o que le picó una avispa, que es, el pobre, alérgico), los exámenes de la Pollo que, como ella no tardaba en recordar, eran más importantes en aquel momento que la vida entera del Marino. La simple pereza, que te abotaga y a la que no hay que evitar.
Y el Marino dice a todo que sí.
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