lunes, 29 de abril de 2013

Lecciones de sexo

      En los Jesuitas nos explicaron la reproducción sexual en 7º de la EGB. A los trece años. No éramos ni tan preclaros ni tan precoces como ahora. Te pongo un par de ejemplos.

   Mi amigo Vititi. Carlos Vitoria, se llamaba. Las clases de Física nos las daba un seglar feo como Picio al que pusimos el sencillo y apropiado apodo de Sifi. Y es que tenía su aquel como de venéreo. Era el encargado de iniciarnos en los conceptos básicos de la sexualidad. Le veías como sudaba y te daba cargo de conciencia. Explicando aquello de la cantidad de vasos sanguíneos que tiene la polla para que se ponga dura (resumiendo) y demás procesos y comportamientos biológicos. En aquellos tiempos existía una absoluta separación de alumnos por sexos pero el Sifi se ve que se vio en la obligación de explicar, aunque fuera de un modo muy escueto, cómo funcionaban en estos aspectos las mujeres (él diría "la mujer"). Y Vititi pues no lo entendió bien. Se hizo la picha un lío, se puede decir. Y se ve que aquello estaba reconcomiéndole por dentro.  Hasta que un día no pudo más y lo preguntó, que a nosotros, cuándo nos iba a venir aquello de la menstruación. Hace tiempo que no le veo pero, las últimas veces, se paseaba por las Llanas bebiéndose los culines que dejaban en los vasos. No sé si aquella confusión tuvo algo que ver. Como que se le generalizó la confusión.

   El siguiente ejemplo me concierne más, ya te vas a dar cuenta. 

   El núcleo básico de la pandilla de Jesuitas lo componíamos tres despiertos chavales. Nacho, Carlos y yo. Estábamos juntos desde parvulitos y vivíamos muy cerca los tres. Nuestros padres eran amigos y toda esa mandanga. No sé qué vería en nosotros pero nos adoptó un muchacho que cursaba un año por encima. Está muy bien traído aquí el verbo "adoptar" ya que para mí Samuel fue un segundo padre, que se encargaba de instruirme y ponerme en el mundo, ya que mi padre de verdad, el oficial, se encontraba en una fase depresiva de veras honda que le duró doce años, y no estaba para nada.

   Recuerdo con gran viveza y cariño nuestras idas y venidas del colegio. Más nuestras venidas ya que las idas serían legañosas y calladas. Solíamos parar en un bar, el Lys, que aún existe (y subsiste vendiendo cocidos a 5 euros y cecina en las ferias, cojonuda). En nuestras mocedades su mayor atractivo era que tenía futbolín. Al lado había una tienda de chuches (como se dice ahora). Creo que yo era el único que, por cobardía pura y dura, no se atrevía a robarle al tendero chupachuses, cromos, lo que hubiera a mano. Después cogíamos las vías del tren y llegábamos a La Pradera, jardín boscoso que aún existe, en la calle Nevera. Ahora han puesto una estructura de hormigón plagada de pintadas para pegar saltos con la bici o el monopatín. (Yo creo que ya vienen de fábrica grafiteadas). En el fondo, no cambian tanto los tiempos. Los cuatro siempre nos sentábamos allí un rato ya que era el lugar en el que Samuel se separaba de nosotros rumbo a su casa. Muchas veces llevaba escondidas revistas de mujeres desnudas. Las revistas venían directamente de Suecia y eran explícitas y desasosegantes, con lo que íbamos adelantando tema para lo del Sifi. Un día, Samuel me preguntó que si yo yaaa... Todos tuvimos clarísimo a qué se refería y yo asentí sin darle importancia. Pero Samuel había hecho presa. "¿Pero mucho?". "¿Eeeh?". "¿Que si mucha cantidad?". No había manera de zafarse. Yo aduje, ladinamente, que lo normal pero, claro, Samuel quería saber cuánto era aquello. "¿Pero mucho?, ¿un litro?". Sí, aquello tenía que ser lo normal. "¿Pero una botella de un litro?". Pues claro, aquello tenía que ser parecido a mear. "¿Pero una botella llena?". Bueno. No necesariamente llena. "¿Media botella?". Bueno, quizás. "¿Un vaso?, ¿llenas un vaso?". Hombre, un vaso sí. "¿Pero un vaso de agua o de vino?". Yo ya no sabía cómo era un vaso. "¿Medio vaso de vino?". Venga, sí. Hasta ahí estaba dispuesto a llegar. "Pero qué cabrón. Tu no llenas ni la mina de un boli Bic".



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