jueves, 18 de abril de 2013

Lecciones por A Costa da Morte con mi padre (a rastras)

   Ya te habrás imaginado, caro amigo, que nuestra magnanimidad de ingratos hijos tenía un límite y algún día nos empeñábamos en que mi padre estuviese de vacaciones. Medicuchos de pacotilla, psicoanalistas de mierda, seguro que no atinábamos con sus mejores días y le arrastrábamos junto con sus males, y encima todo por su bien. De Malpica a Muros, pasando por Cee, Muxía, Carnota, Camariñas, Corcubión... En Fisterra, donde nadie decía Fisterra sino Finisterre, y en su faro del fin del mundo sonaba tremenda una bocina, cada ocho o diez segundos. Acojonaba. Comimos en el famoso Tira do cordel, en la playa Lagosteira. Un xargo, que en Cantabria llaman jargo, pez de roca, en fin, primo de la lubina. Pesaba cerca de dos kilos y nos lo trajo un paisano en una barca a remos que parecía de juguete. La gracia de ese lugar, además de la inmejorable calidad de sus productos  y los precios más que apañados, estaba en que para entrar tirabas de una argolla ataba a una cuerda (el famoso cordel) que por un ingenioso juego de poleas llegaba hasta una campanilla en la cocina. Una vez bien comidos, mi padre y Rodolfo se quedaron en la playa que se veía a unos metros desde la ventana, a la sombrita, echándose una siesta. Charo y yo paseamos por la playa cogimos conchas y a la vuelta nos bebimos unas cervezas con unos hippies que ahora llamarían perroflautas. ¿O eran surfistas?

   ¿Quién nos iba a decir que aquellas arenas blancas serían sepultadas, unos años después, por el odioso chapapote?





   Con las celebraciones de los 50 y los reencuentros y los nervios que a mí con todo esto se me ponen, creo que me apetece una canción como esta, hoy. Como siempre, es una rareza, pues es un cantautor con un millón de canciones y aquí canta una ajena, un clásico.































No hay comentarios:

Publicar un comentario