(Eh, Luis, que se me olvidó poner un poco de banda sonora. ¿Qué tal Tracy Chapman?
)
Para que veas la infancia tan feliz que tuve la fortuna de vivir, los momentos de mayor tensión en la familia Hoyuelos se producían cuando tocaba preparar los bártulos porque nos íbamos al pueblo (Silos, Riocavado). Mi padre siempre ha tenido DosCaballos, 4Ls, Dyanes, vehículos de ese pelo. Y allí, pues no le terminaba de entrar todo el equipaje que mi madre había preparado. Por más que lo intentase. Todo, además, amontonado en el portal de la calle Alhóndiga, bolsas, bolsitas, a la vista de cuanto vecino pasase, "si parecemos gitanos".
Por que evocase aquellos momentos, hicimos de ese modo nuestra maleta y nos presentamos en su casa. No creo que cayese en el matiz dado que dedicaba íntegras su fuerzas a decir que él no iba. Yo le notaba ya rendido pero no dejó por ello de apelar a sus ínfimas fuerzas y, muy gráficamente, al estado desbordante de su aparato digestivo. No paraba de decir que los que estábamos locos éramos nosotros. Supongo que un último y contundente berrido de mi hermana Nines le hizo entrar de mala gana en el asiento delantero derecho del Corsa de Charo, que era nuestro vehículo.
No habíamos llegado a Tardajos cuando tanto él como mi hermano me conminaron a parar. Se les había olvidado untarse la crema de hiperprotección y eran de pieles sensibles. También tuvimos que entrar un momento a León, lo cual no estaba previsto, para comprar pilas para la cámara de mi hermano, no fuese a ser que en aquellas profundas tierras...
Por lo demás, el viaje fue transcurriendo sin excesivos avatares. Rodolfo leyéndonos trozos de aquí y de allá de alguna guía de viajes, mi padre enfurruñado, con los brazos cruzados, apretados contra el pecho, y Charo, con la paciencia que dios le ha dado. Castilla, que es llana en todas sus acepciones. De pronto, al llegar a Las Médulas, el paisaje reverdeció y empezaron a aparecer esas formaciones arenosas tan particulares. Parece ser que el lugar fue el mayor yacimiento de oro de todo el Imperio Romano. Nuestro El Dorado a la inversa, mil quinientos años atrás. Como era ya la hora, paramos a comer en Villafranca del Bierzo.
Y ahí es donde la liamos ya que ante la sola mención del alimento mi padre decidió que se volvía para casa. Suena a traca pero es que no conociste casi a mi padre. Era abierto y condescendiente, no solía decidir demasiado a no ser que obligase, que entonces sí, pero cuando decidía algo había que estar muy pendiente de lo que había decidido.
Y en aquel momento decidió que se volvía. Te juro que pensé que nos tocaba regresar para Burgos con la cola entre las patas. No había manera de hacerle entrar en el restaurante. No había manera de hacerle entrar en razón. Seguía con los brazos cruzados, muy apretados contra el pecho, para reafirmarse en su postura. Como es natural, sus hijos hemos heredado, aparte de otras cualidades, esa cabezonería que a veces se nos pone. Con lo que aquello fue un duelo de alto nivel. Mi padre, el astuto, no cambió de táctica en toda la brega y nosotros fuimos pasando con excesiva facilidad de la ira a la melosidad, de la razón a los cojones. Al final conseguimos, con gran desgaste, que entrase a comer antes de decir la última palabra. Esa fue su perdición ya que como apetito no le faltaba, se volvían menos efectivas sus razones y sus amenazas de explotar, literalmente, por llevar tanto tiempo sin cagar. Así pues, después de una breve sobremesa, proseguimos el viaje.
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