martes, 22 de octubre de 2013

   Así soy o así me hicieron. Releo el gulli del viernes y creo que, no valgan falsas modestias, está muy bien explicado lo que me pasa por dentro cuando la vida me puede y se adueña de mi ánimo. Y encima, bastante resumido.




   Pero no nos vayamos por esos oscuros derroteros ya que, como te decía, la angustia de conductor novato me duró justo una semana. Exacta. De reloj. Y fue cumplirse y me empezó a gustar aquello. Hasta llegar a utilizar habitualmente mis vehículos como medicina contra: a) el aburrimiento, b) el encono, o para: c) acrecentar el mero placer. Lo cual, que quede claro, no me ha convertido en un apasionado del motor. Los hay a miles, Luis, y bien peligrosos. Por poner un ejemplo, cuando salía a desayunar con los de Presidencia (el alto, el bajo y el otro), era uno de los temas que llenaba nuestros almuerzos. Marcas, remarcas, características bien precisas de tal o cual modelo, últimos avances tecnológicos, casi siempre pertenecientes a productos de una gama fuera de nuestro alcance.  Chico, a mí un coche me parece bien igual a todos los restantes. Puede variar el tamaño, fabricarse, como es moda ahora, bastante achaparrados, el color también puede ser distinto, dentro de una gama de estrecho abanico. Y poco más. Que nos llevan y nos traen. Y que no den mucha guerra. Nunca estrené  un coche. De hecho, siempre los compré con demasiados años y a buen precio. Al 127  azul oscuro le siguió un R12 azul purísima, con matrícula de Córdoba y arena del desierto en sus entresijos. Esto último se debía a que había pertenecido a un teniente destinado en Ceuta. Siempre según nos iba contando el sargento Michel, al que todos, no me digas porqué, llamaban Chiapucci. Y qué ibas a pedir si este me costó veinte mil pesetas. Y me duró unos añitos y hasta el traslado a Valladolid que se hizo, el muy valiente. Con él hube de utilizar frecuentemente el servicio de ayuda en carretera que me brindaba mi seguro, contratado, ¿cómo no?, con el sargento mecánico como corredor. La penúltima vez , llegó la grúa a por el vehículo humeante y al poco, apareció un Mercedes de cinco metros y pico de largo y reluciente como un tesoro, asegurando su conductor que se trataba del taxi que nos había de llevar a nuestro destino. "Es que lo mismo te quedas tú tirado que un ministro". Venía de Cuéllar y no le dolieron prendas en ayudarnos a cargar el maletero con el montón de paquetes y paquetillos, de bolsas y más bolsas, todo bien apilado en la margen de la carretera, con destino a mi nuevo destino. Bien majo el chaval. Además de ayudar a su padre con el coche, tocaba en un grupo y tenía un pub al que me invitó desde la sinceridad, las veces que me pasase yo por su pueblo. En el asiento de atrás, Quique, que era mi compañero de viaje en aquella ocasión, no pronunció una palabra en todo el trayecto. Al llegar a la plaza de las Batallas, fue tan amable el cuellarano de ayudarnos a subir todo el equipaje hasta un cuarto piso sin ascensor y dejarse invitar luego a un par de cervezas en el bar del barrio, antes de iniciar su viaje de regreso. 

   Y así de bruscamente finaliza el gulliver de hoy, que el Marino ya casi no atina a mojar la punta de su pluma en el tintero. Ha pegado dos cabezazos de sueño en el papel, que observarás por estar un poco corrida la tinta. Lleva, bien lo sabes, sueño atrasado de mil noches y una noche más. No sé si te he dicho que la pluma es de ala de lechuza, un poco incómoda por su anchura pero alegre y de vivos colores.

-o-

   La canción de hoy ya ha cumplido 15 años. Aúna tradición y electrónica y tiene algo de salmódico. 





  





No hay comentarios:

Publicar un comentario