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Ignoro como acabó aquella tarde que sin darnos cuenta se convirtió en noche. Solo sé que al amanecer Cuchi seguía a mi lado. Y que al poco se vino a vivir a casa como si tal cosa. Como que se fue quedando. Y así estuvimos pero que mucho tiempo.
Olía a bebé. No sé si es una característica extendida entre los casi albinos.
Aparecía siempre a tu lado riéndose, nerviosa. No sé. Era como la niña chica de Segovia, a la que todos cuidaban y daban caramelos y se partían el alma por ella, si fuese preciso. Ha sido la persona más ecológica que he conocido, y quizá sólo yo me entienda ante esta afirmación tal a destiempo, tan fuera de lugar.
Por seguir con la fijación, tenía unas tetas redondas, con unos pezones chiquitos, en el puto centro. No era guapa pero tampoco fea. O tenía un abellaza alejada de los cánones. La quise a rabiar pero nunca estuve enamorado de ella. Y ella lo sabía. No sé si sufría por ello. Si era así, nunca lo demostró. No se le ocurría luchar contra lo invencible. A cositas de este tipo me refiero cuando digo que era adorable y ampliamente ecológica.
Su futuro era incierto pero tampoco aquello hacía que se desviviese. Por haber estado siempre en la calle no acudió demasiado a la escuela. Ser la última y con unos hermanos tan desastrados tiene que los padres, ya aquella vez, con ella, dejaron funcionar a la Naturaleza y se despreocuparon de su educación. Se ve que ya estaban agotados de intentos fracasados. Les salió una buena persona. Mientras yo la conocí no tuvo un trabajo que le durase más de unas semanas. Pero nunca le faltaba un duro para los escasísimos vicios. Sus botellines de Mahou y poco más. Comía como un pajarín y se vestía con cualquier cosa.
A muchos de sus muchos amigos ya les conocía yo de antes pero el hecho de estar con ella traía en los bolsillos que volvías a conocerles de otra manera. Como que todos formásemos parte de una gran familia, dedicada a la bendita tarea de librar a Cuchi de los peligros en los que nunca iba a meterse.
La última vez que la vi fue en mi boda con Charo. Lucía preciosa e incómoda en un vestido de rasos y destellos, azul. Su pelo de chico echado hacia atrás con una diadema plateada. Se había maquillado y todo. Hoy me la imagino regentando un bar cualquiera de los muchos en los que trabajó. Un bar que ella ha convertido en especial, con música cañera y clientela fiel y bebedora.
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