lunes, 7 de octubre de 2013

Colapso en el salón (segunda o tercera parte, ya quién sabe)

   A ver cómo ponemos todo esto otra vez en marcha. No me aperece el mero chascar de dedos ni tampoco quiero que luzca demasiado teatral. Vale, vale. Lo haremos como en las pelis. 

   Suena un chirrido de cadena repasada y todo adquiere el movimiento habitual

   La paloma y la chica de la Vespa abandonan la escena con la celeridad adecuada. El camarero, al que ahora vemos en su totalidad, con su brazo izquierdo debidamente colocado a la espalda, muy profesional, termina de verter la bebida y golpea suavemente con la botella en el canto del vaso, por que la espuma no se desparrame y afee la toma. Dentro del bar de moda, en el piso superior, las chicas le enseñan a Pepe un truco viejo y sabido. El chaval baraja las cartas como un profesional del poker por ver si impresiona. Ignoro si Gabriela ha mirado hacia los sofás y se ha percatado. Si así ha sido, ni un músculo de su preciosa cara lo ha delatado.

   En el tresillo, termina el beso que nos ha durado una semana. Cuchi se echa para atrás y en su cara relumbra la perenne sonrisa que la define. Gulliver no sabe qué pensar ante ese gesto feliz. La mira largo rato, seguro que intentando adivinar el significado de aquello. Un tic de intención. Nada. Las cejas se suben ellas solas, la sonrisa no acaba. La sonrisa, que se le ha contagiado al muchacho navegante sin que él se diese cuenta. La chica le coge con suavidad la cabeza y la posa en su regazo. 







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