martes, 1 de octubre de 2013

Colapso en el salón

   Ayer me quedé colapsado ante lo intrépido de mis conjeturas. Ante lo osado de mi sinceridad. La niña diosa con ojos solo para mí. Qué desfachatez, qué soberbia, qué presunción, qué arrogancia. Y más en un pendejo desorejado, con mil quinientos complejos en las alforjas, todos muy motivados, muy antiguos y muy profundos. Dolorosísimos. Pero aunque estos obnubilen y te impidan ser natural en tu comportamiento, en tus movimientos más habituales y sabidos, en tu manera de intentar estarte quieto, existe, incluso en los intelectos más primarios y descacharrados, una forma de sabiduría, ya no sé si instintiva, química, olfativa... muy primaria, en cualquier caso, que te avisa de que la niña diosa te está mandando dardos cargados de intención a más no poder. 

   Con la connivencia de sus amigas, además. Para lo del más inri. Esto ya me lo pienso yo ahora, porque cuando uno va en caída libre hacia el gran océano de las vergüenzas, no hay nada como meterse un par de ladrillos más en las alforjas para acelerarlo todo y llegar antes al desenlace.

   Visto con la distancia y la experiencia que ahora poseo, mi reacción de entonces a tan deseados como inesperados mensajes era digna de un perfecto estratega. ¿Cómo reaccionaba yo?, quizá te preguntes. Pues como que no iba conmigo el asunto. Como quien oye llover en pleno chaparrón universal. 

   Es posible que aquella respuesta que tan automática me salía formara parte de mi (presunto) encanto. Qué sé yo. En cualquier caso, allí estaban Pepe, Cuchi, las chicas, la diosa. Para mí eso ya es multitud. Sobre todo si hay una diosa presente y te manda unos pupilazos de hacer pupa si te pillan desprevenido. Y todos tus enormes y antiguos complejos te dicen que, por más que lo sepas, es imposible. 

   Con lo que empieza, o ya ha empezado hace rato, el baile de don Tristrás, lo del tuya mía, que sí que, que no que. Y los complejos, desde el hombro izquierdo me susurran maldades. A ver si solo se está riendo del tonto marino, la diosa. Y mis prestancias, que se me han subido como han podido al hombro derecho, no dicen nada y cada vez se las ve más reconsumidas. Hasta que llega por correo urgente el, por ahora,  último mensaje en forma de pregunta. "¿Y tú qué?". Breve pero certera la saeta porque con la niebla que se ha puesto hace ya rato no tengo ni idea de lo que me está preguntando. No sé ni tan quiera si aquello era una pregunta o una declaración de intenciones.

   Joder, Luis. Si me pilla entonces con lo que ahora sé. 

   O quizá fue solo cuestión de tiempo, quizá con diez minutos más hubiera bastado. No sé, a la siguiente puya haberme vuelto ya del todo loco y  cogerla por las piernas y cargármela como un saco y salir pitando, habiéndola raptado, y no parar hasta que dijese "me rindo".

   Diez minutos de mierda. Pero hay veces en la vida que, por una cosa o por otra, no se dispone de esa mierda de diez minutos...

   ...como sin duda se verá en venideros gulliveres.



   Mientras llegamos o no al desenlace, te dejo trago largo por si no te cuadra lo que echen en Radio Clásica esta mañana.



  

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