Es por eso que tan bien me vino el conocer el taller militar del sargento amigo de Pepe, donde todo eran facilidades al máximo y te podías fiar. Se encargaba de todo, Chiapucci: puesta a punto, retirada al cementerio de elefantes (cuando llegaba la ocasión, el triste día), él mismo te hacía póliza de seguros y le confiabas todo el papeleo. Hasta me pasaba la ITV cuando llegaba el momento. Con lo que yo, encantado, me desentendía de todos esos trámites tan farragosos y pésimos para mi salud mental. Pero todo en esta vida tiene trampa, vuelta de hoja o llámalo como quieras.
En este caso, adquirió el aspecto de funcionario del Ayuntamiento de Segovia, persona celosa de sus deberes. Un profesional, el hijo de puta. Viviendo ya en Burgos me llegó una notificación del citado organismo, ¡a mi puesto de trabajo! Lo peor de todo, quizá, es que no me llegó a mí sino a la jefa de asuntos generales. Ya sabes, los temas económicos y de personal de una tacada. Suelen ser unas joyas. La que entonces ocupaba el puesto en la Delegación (llamémosla cripticamente M.M., por evitar futuros problemas judiciales) era digna de tal tópico. Iba a ponerme a dedicarla una larga serie de epítetos pero no se lo merece. Digamos, contrayéndolos todos, que era mala. De esas que se alegran con la desgracia ajena. Se vino hasta mi despacho agitando un papel. Nunca fue tan ella. "Nos ha llegado este essscrito". Siempre la pronunciaba así, la tal palabra. Tenía unos conocimientos tan pésimos de los asuntos en los que trabajaba que no diferenciaba una resolución de un pliego de cargos, por ponerte dos sencillos ejemplos. Todos eran "essscritos". Lo pronunciaba así, como que le diesen asco. El papel, que agitaba ante mis ojos cogido con dos deditos, conminaba al departamente competente a retenerme el sueldo hasta saldar yo con el municipio segoviano una deuda que con él tenía, en concepto de impuesto de tracción mecánica de vehículos. Le dije a la tipeja que lo dejase estar, que en un par de días lo solucionaba.
Y me puse a llorar.
Ya que, según la notificación, adeudaba yo a las arcas municipales de esa ciudad el citado impuesto, por el periodo de 5 años. Lo anterior a esa fecha habría prescrito. Pero durante esos largos cinco años, el pedazo de cabrón se había dedicado a publicar mi nombre en el boletín de la provincia, comunicándome cada actuación que había seguido y otorgándome el plazo legal para presentar cuantas alegaciones creyese yo convenientes.
Seguro que nos pilló en el peor momento para lo del bolsillo familiar. No ha habido en nuestra trayectoria doméstica momentos propicios para recibir tales noticias pero hasta en la ruina hay grados.
Todo esto tendría cierto grado de gravedad pero no sé si por sí solo merecería ser aquí contado. La peculiaridad se encontraba en que el citado impuesto se multiplicaba por tres, ya que, al no haber dado ni yo ni nadie de baja todos estos cochecitos cochambrosos de los que te vengo hablando, figuraba yo allí, en los archivos de esa ciudad a la que tanto cariño cogí, como orgulloso propietario de tres vehículos por los que cotizar a la Hacienda Pública, por más que llevaran años y más años fenecidos. Un pastón.
(Otro día te cuento cómo acabó el problema, pero quiero agradecer enormemente desde estas páginas a Charo, que es ciega para ellas, lo bien que se le dan esas cosas de renegociar con los organismos. Un beso, cariño).
-0-
Como lo prometido es deuda, hoy te pongo algo de la Bjork, cuando era jovencita. ¡Pero qué bien que pronuncias "Bjork"!
No hay comentarios:
Publicar un comentario