viernes, 16 de noviembre de 2012

A las afueras del pueblo


   No sé si a ti te pasará. A mí, hay veces en las que veo a una persona y ya están dándome ganas de ser su amigo para toda la vida. No es necesario que te lo/la/le/lu presenten. Es decir, puedes verle incluso por televisión o simplemente en una foto. Y zas.
   Creo que estoy hablando de eso de la cara y el espejo y, lo que es más importante, del alma. Personas que parecen llevarse razonablemente bien consigo mismas y que no le ven gracia ninguna al andar jodiendo al prójimo.

   Este me da a mí que es el caso del chaval de la foto. Se llama Iván Ferreiro y junto con su hermano Amaro tenían (incluso igual siguen teniendo) un grupo que se llamaba (o se llama) Los Piratas. Siendo un grupo de los de culto, nunca fui yo muy fan de ellos. Me pillaron como fuera de generación o qué sé yo. Lo de las pertenencias o los simples avatares de la vida. Lo mismo en su momento estaba yo inmerso en la "americana" de mi amiga Yolanda. Ahora es cuando más les estoy escuchando y tienen un montón de canciones que me gustan pero... nada, que no soy fan.
   Luego Iván ha sacado un par de discos en solitario. Y aquí sí, hay alguna canción de las de tener siempre muy a mano.
   El inicio de la que aquí te traigo me sirvió estupendamente para un articulito de aquellos de la Revista de Cardeña. Llevaba pocos años en el pueblo y los paseos por sus alrededores eran muy frecuentes.Y me extrañaba mucho la existencia en mi pueblo de un anticamino (o algo así). Después de la canción te inserto el articulillo, por si tienes tiempo y ganas.




~~~ Por la VÍA VERDE ~~~
“Para que la luna llena nunca choque contra el suelo,
hemos de encontrarnos siempre en las afueras del pueblo…”
S.P.N.B.  (Son preciosos nuestros besos), de Iván Ferreiro.

    Desde siempre me han gustado los caminos. Los de todo tipo. Polvorientos o asfaltados. Las estrechas sendas de cabras y las cómodas autovías con tres carriles en cada sentido. Los transitados y los prohibidos. También me gustan los pasadizos laberínticos que sé que tienen por meta el centro de uno mismo. Por todos ellos, a menudo, me dejo perder sin llegar nunca a ningún lado.
   Porque me gustan los caminos. Pero lo que me agrada de ellos no es su utilidad, no los considero herramientas para alcanzar algún fin. Creo haber aprendido y ya no persigo el tramposo e inasible futuro. Me conformo (incluso me doy con un canto en los dientes) si soy capaz de percibir que voy caminando. Mejor si hace viento, que afina el cutis y resulta un peculiar peine para las ideas. Y ya si encima se me concede el deseo de ir acompañado, la dicha pasa a ser enorme y hasta hablan los silencios.
    Así que Cardeña se me antoja un estupendo sitio para vivir. Si no te importa mucho ensuciarte las botas de barro o que el sol te atice duro en la cabeza, durante todo el año puedes perderte en cualquier dirección. Y cruzarte con otros caminantes. O, tras cualquier curva, sorprender a una corza con sus crías. O pisar las hojas secas en suelos otoñales. O imaginar a dónde irán los viajeros de esos aviones que dibujan blancas diagonales en nuestro cielo. Otros caminos, al fin y al cabo.
    Estos paseos han sido para mí confesionario y escuela. Medicina y salón de té. Música de pájaros atolondrados o un hormigueo que recorre la espalda cuando va cayendo la noche y aún está lejos la casa.
    Y así, como cualquier amante de los caminos, me molesta que se terminen. Que acaben en un muro de cemento o se diluyan con la floresta. Es como un coitus interruptus. Los caminos tienen el derecho y el deber de acabar en otros caminos que lleven a otros caminos que a su vez…
    Como en este pueblo no nos privamos de nada, teníamos lo que nadie tiene: un “anticamino”. Hasta hace no mucho, los domingos y fiestas de las de guardar me llegaba andando a comprar el periódico a Burgos. A la ida no me daba mucha cuenta pero a la vuelta, al llegar a nuestro término municipal el camino dejaba de existir. ¡Desaparecía! En su lugar se albergaba como un alargado agujero negro al que no se podía acceder. Tipo Guadiana. Y es que al otro extremo de ese agujero negro, a la otra punta, en tierras de la Emparedada, la pista volvía a aparecer como por arte de birlibirloque. No soy dado a creer en maldiciones pero parecía que aquello fuese obra de un diablo antojadizo.
    En otro lugar de esta revista nos contarán los datos. Cómo se ha realizado la Vía Verde y qué longitud tiene. Cuánto nos ha costado y sus lugares de interés (como el humedal cercano a FuenteMasul). Qué beneficios conllevará para el pueblo y sus gentes y a qué especies pertenecen los escasos árboles que se han plantado. Cosas de ésas, prácticas, que conviene saber. Pero yo, aquí, sólo quería dejar constancia de mi felicidad por que hayamos dejado de tener un anticamino y tengamos ahora una Vía Verde por la que llegarse hasta el pueblo. Por la que ya se acercan ciclistas, andarines  solitarios, grupos de señoras que no paran de contarse cosas... Y también, quería hacer llegar mi agradecimiento a mis compañeros de paseos. Agradecerles que me hayan acompañado en la tristeza y ahora también me acompañen (que por eso son compañeros, aún más, amigos) y que charlemos y que me enseñen. Agradecerles las risas y los silencios que, a veces, nos echamos juntos.
   Bozo el Payaso.





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