lunes, 5 de noviembre de 2012

Mi vida con Antonio Vega


   Las numerosas veces a lo largo y ancho de mi vida en las que un periodista no muy avezado ni ocurrente me ha preguntado por la canción que me llevaría a una isla desierta, siempre he contestado que Una décima de segundo, del malogrado Antonio Vega. Como el periodista inexperto no me preguntaba por los motivos me tenía yo que adelantar y explicarle que se trata de una canción inacabable. No llevo por cuenta la de veces que la he escuchado pero sospecho que superarán los dos millones y siempre, siempre me entero de algo nuevo, me viene de perlas para una situación que aún no se me había dado, me dan ganas de ponerme a pensar.
   Esta que te he incluído es una versión en directo y con el apañado acompañamiento de Teo Cardalda, que militó en los Golpes Bajos e hizo pareja con Cómplices. Pero no ha sido ese el motivo de su elección. Más bien he buscado un vídeo de la época, cuando Antonio era más de la mitad de Nacha Pop y todavía no se le había dibujado en la cara su deep, deep adicción.


   Eran los ochenta también para mí y estos chicos no iban vestidos de artistas (como les ocurría a Alaska, Gabinette Caligari, incluso a Radio Futura), parecía que pedían perdón cada vez que entraban en algún lugar, eran tan normales como nosotros... y lo más importante cantaban las canciones que te hubiera gustado inventar.
   Y encima, tenían temazo, Chica del ayer, que era, sin lugar a dudas, nuestra chica.

   Después, seguimos creciendo. Ellos se separaron pero nos dio igual. Antonio siguió pariendo bellísimas canciones de tanto en tanto, cuando el monstruo se lo permitía ("Pierdo el norte, me vuelvo torpe... cansado..."), siempre en el ribazo de Marga.
   Y seguimos creciendo y Antonio murió pero eso también nos dio un poco igual. Porque a este respecto ya teníamos nosotros cadáver propio. Se llamaba Suso y era... era duro. Con estampa de gitano de los tebeos de Astérix y el corazón que no le cabía en el pecho. El pan era pan y el vino, vino, eso sí. Y como vivía en la calle San Lorenzo, lo que más le enfurecía era que le pidiesen papelillos de fumar cuando iba con su madre. No quiso despedirse de nosotros cuando el cáncer se lo comía ya por dentro. No le gustaban las mariconadas.
   Ahora me acabo de dar cuenta de que, después de tantos años juntos, sólo estuve una vez en su casa. Fuimos a buscarle para salir y le esperamos en el salón mientras terminaba de vestirse. Tanto Tetu como yo quedámos extrañadísimos. No había ningún objeto, nada, que hablase de él. Ni fotos, ni recuerdos, ni plantas... Nada. Cuando le preguntamos no le pareció que hubiese en ello nada extraño.

   Le gustaba la música fuerte, al Suso, rock garajero, el heavy clásico, lo más sucio del blues. Pero había una canción que era la única que se permitía cantar (por supuesto que nunca, nunca bailó). La canción no le pegaba nada, o sí, pero así era el Suso. Lucha de gigantes.


   Si te supo a poco:
   Nacha Pop. Relojes en la oscuridad.
   Antonio Vega. El sitio de mi recreo.
   A.V. Estaciones.

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