Pero eso fue mucho después. Y yo ya lo sabía.
No es mi deseo ponerme esotérico ni mucho menos. Pero hay cosas de las que no te explicas ni el cómo ni el porqué pero pasan.
Como tampoco sus efectos son muy concretos ni definidos, puedes tener la tentación de creer que no han pasado. Eso también puede ocurrir. Mas al haberme puesto yo en idéntica situación en unas cuantas ocasiones y en todas sentir lo mismo (o, en cualquier caso, algo muy parecido), he llegado a la conclusión de que no son imaginaciones mías y me aventuro a contarlo.
Lo malo es que no sé si voy a saber hacerlo con la suficiente persuasión para que te hagas la más mínima idea. En fin, como siempre.
Una vez montadas las tiendas pasamos por el bar, que era a la vez comedor, sala de estar y en menor medida ultramarinos. No faltaba el futbolín, al que los cuatro éramos adictos. Nos tomamos un par de cañas para escrudiñar el terreno, en busca de otros posibles divertimentos. Estos dos, como tenían mucha más práctica, se enteraron de los precios de casi todo. Y de su funcionamiento. Ponían cerveza Mahou, algo que para Carlos es imprescindible. Quizá fueron cuatro o cinco las cervezas hasta que nos animamos a bajar al lago.
Desde el bar hasta la playa de cantos no hay ni dos minutos de distancia. El lago es grande. Y oscuro, rodeado de verdor. No hay muchos bañistas. Y es cuando me acerco a la orilla que me pasa lo que me ha vuelto a pasar las sucesivas veces que, claro, he regresado. Sería chapucera la similitud del enchufe y el cargador (no había cargadores sino de balas, en aquel entonces). Pero yo sentía... sentía... como que me entrase una fuerza por los pies. Pura fuerza. Tensión. Que me cargaba no sé qué coño de pilas pero que me duraba la juerga mucho rato. Días, semanas. La cosa volvía a funcionar igual cada vez que me acercaba a alguna de las lagunas de arriba. Pero solo la primera vez. Qué cosas.
Podría pensarse, sí, que el factor determinante de todo esto es el agua pero yo lo dudo. Ya que, si bien me ha ocurrido en otros lugares líquidos (la playa de los Locos en Suances, la Mareta, que es la que pilla justo a poniente de la Montaña Roja, en Tenerife, la misma Cuerda del Pozo soriana, aunque aquí con menor intensidad), también lo he percibido en enclaves áridos como mi corazón. Así que a ver cómo me lo explicas todo esto tú.
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