martes, 19 de noviembre de 2013

Domingos en Medina

   Que nos conforme la ubicuidad. Y que luego haga de nosotros trocitos de papel que el viento transporte en primera categoría.

 
   Sí, Luis. Todavía estoy mareado con el bueno aquel del portero de college inglés a más no poder. Toditas las almas. Y no sé si ando aquí y ahora o en los años 90 del siglo pasado. El cuerpo lo tengo bien ecológico y la cabeza a pájaros. Será el trancazo o la vida que va a trasiegos. A salto de mata. Hoy Sara (sí, mi cajera predilecta) me ha reconocido que casi nunca se maquilla. Los sábados, en cambio, sí. Tiene una compañera de exactos horarios y parecido diseño. Pelo lacio y dientes de ratita. Se intentan poner en puestos cercanos por si ha lugar a retazos de conversación. Eso sí, si se enteran los encargados, les preparan la bronca. Tendría que convocarlas a ambas a una reunión en terreno neutral por ver cómo se comportan. Ya jugamos a devolvernos la tarjeta con mano y al lío que nos hacemos al soltar la tarjeta y quedarnos aunque sea un segundín con la mano e ir esbarándonos en el espacio tiempo. Suena, entonces, fuerte, la bocina de un tren. 

   En Segovia, antes de actualizar mi carné de conducir y de que Pepe entrase en mi vida a facilitar los desplazamientos, no me quedaba más remedio que volver de mis descansos burgaleses en tren. Salía desde la estación a media mañana del domingo. Allí me encontré la última vez a Angélica. Allí me había encontrado por última vez con María. Luego vino el tiempo a remediarlo pero ese es otro cantar.

   A la hora de comer estaba en Medina del Campo. Hasta las nueve de la noche no salía ningún operativo para mi destino. No sé si es un poco triste haberse hecho amigos de unas horas de domingo. 

   Comía cada vez en un establecimiento distinto y después me volvía a la estación, en cuyos aledaños existían un par de pubes de pueblo, quizás los únicos del lugar, en los que sonaba buena música. El camello local le dedicaba a su jornada laboral una gran parte de su vida. Era vocacional, lo suyo. Hubo grandes partidas de billar contra él, con inciertos resultados. Y charlas de taburete.  








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