jueves, 28 de noviembre de 2013

La gallina de los huevos de oro

   Nada, Luis, que me quedo con el Marino otro rato en mi imaginada Segovia. ¿No has notado que me rejuvenece?



   Me hago trampa, ya. Porque aquel Gulliver no es el mismo que escribe esto ahora, aunque coincidan en el nombre y en (algunos, muchos de) sus rasgos.  Y aunque siga existiendo una ciudad con tal nombre y con tal (o parecida) situación geográfica en el presente, tampoco es aquella Segovia, de la misma manera que el agua que corre ahora mismo por sus dos ríos no es la misma agua. Eso lo explica mucho mejor Marías en su novela oxoniense, llena de charcos en los que meterse (amor, locura, palabras). 

   Así que mira si soy burro ya que queda claro que las palabras que ahora intenten expresar aquellos días nunca, ni entonces ni ahora, serán aquellas palabras. Y con todo, reincido, decido con el corazón no irme aún de aquel lugar aunque la cabeza, machacona, me dicte otros caminos y otros lugares.  

    Sí, retardo la llegada, enlentezco el paso, me paro a menudo a observar detalles nimios cuando no inexistentes como escaparates vacíos. En cambio, Gulliver se mueve desaforado por todo el camarote intentando encontrar el hilo de la madeja. Diciéndome que soy un insensato.


   Pero yo no quiero llegar. Venirme al ahora y escribir que escribo (que escribo que escribo). Y tener luego que seguir para tener luego algún sentido. Y tener que adivinarme, y tener que adivinar los años trabajando mi cuerpo, los persistentes días trabajando mi mente, lo que de ella me vaya quedando.







No hay comentarios:

Publicar un comentario