Sí, he vuelto a los lagos en otras ocasiones. Ninguna tuvo el encanto de aquella, por iniciática, supongo. Pero siempre, hasta en las situaciones más adversas, he sentido el encanto y he bebido de esa fuerza. Y hablando de situaciones adversas...
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No, nunca apareció Norma Jean por las aguas sanabresas, nada más había faltado. Solo es que he visto esta foto en El País y me ha gustado mucho la forma que tenía esa mujer. |
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Sí, el Marino fue un osado una vez más. Se me ocurren pocas situaciones peores que la que vivió en sus carnes en aquella ocasión.
Pese a su gran valentía y arrojo el Muchacho es un pésimo enfermo. Ya lo hemos mentado en estas crónicas otras veces. Dada la genética que le ha conformado, es infrecuente, muy raro, que su temperatura corporal sobrepase apenas los 36 grados centígrados. Así que cuando esta se eleva aunque sea un par de grados, Gulliver nota el peso del Universo sobre su cabeza y está cerca del delirio. No será quizá el mejor momento de salir de excursión pero...
Ha quedado con su amigo Tetu. Como ya le conocemos, hemos de saber que si se ha quedado con Tetu, se ha quedado con Tetu. Llevo un rato imaginando una catástrofe de la suficiente envergadura para romper una cita con él. Y no se me ha ocurrido ninguna. Así que el Marino se planta su mejor cara, pasa a buscarle y los dos enfilan la carretera rumbo a Sanabria. Y ahí está lo gordo del asunto. Ya que, digámoslo de una vez, Tetu ronca. No osaría este narrador decirlo con tanta rotundidad si ello no fuese cierto en gran medida. Conozco amigos que se han cambiado de hotel por no dormir en la habitación de al lado. Incluso un par de amistades dejaron de serlo por ese motivo. Y al tonto y febril del Marinero no se le ocurre otra cosa que compartir con semejante león los días, pero sobre todo las noches, de una ya lejana Semana Santa. ¡Y en una tienda de campaña!
Fue horrible. Pero cuando se es joven y se está repleno de la energía del lago llega a pasar que lo que más le cuesta al chaval es salir por la mañana de la tienda, por si existe confusión en los moradores del resto de las 699 tiendas de quién de los dos era el de los tremebundos ronquidos.
Son de esas veces que, al recordarlas, te confortan por quizá hablarte del valor de la amistad.
Para lo del más inri, el segundo día, de anochecida, diluvió. Y aquí toca poner refrán o pensar en aquello de las recompensas. Ya que, cuando todos los campistas intentaban salvar malamente sus pertenencias de la riada que caía por la montaña, Tetu sacó tranquilamente una azadilla de su mochila y cavó una trincherita mínima en todo el perímetro de nuestra tienda. Un surco que daba la risa nada más verlo pero que, increíblemente, hacía que el agua corriese por los dos lados de la tienda ladera abajo. Nuestra llegada al bar donde se había refugiado todo el mundo fue recibida con aplausos.
He vuelto al cajón de los recuerdos y he rescatado de él una foto. No se me veía tan enfermo ni ojeroso.
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