lunes, 25 de noviembre de 2013

Dos dedos

   Releo a menudo los últimos gulliveres en busca de más erratas de las que me señalas con primor. De fallos garrafales en el estilo. De grietas insalvables en la trama. Y también por ver si me gusta. Como soy presumido e inconsciente, a veces me viene de perlas para seguir escribiéndote. 

   Así que he repasado ese diario de bitácora de los últimos días. Desde que conversaba con el camello labrador. Y justo al final, cuando ya terminaba y me disponía a realizar otros viajes en mi mundo, he reparado (tú ya lo habrás hecho hace tiempo) que en la foto de Ricardo sale la esquina de una mano que le protege. 

   Llevo días hablando de Cuchi. He revisado los rincones de la memoria a su encuentro. He vuelto a ver las fotos que tenemos juntos. Cuando escribo estoy todo el día alerta, pensando, marrullando en mis adentros mientras imagino recuerdos. Esa música repetitiva, casi salmódica, que a veces se muestra al mundo en un revibrar de mis labios, me ayuda a concentrarme. A Lucía y a Charo les hace mucha gracia. El día que me falte ese retumbar del pensamiento, que es como una pátina que recubre todo mi decorado cotidiano (como un enorme chal), que es una manera de estar pensando más rato, que es la manera de pensar en lo que luego te escribo, ese día, sansejodiose el Gulliver.  



   Llevo días imaginándome (e imaginando, supongo) a Cuchi, te decía. Y no ha sido hasta que he visto sus dedos, apenas una falange pero que casi he tocado, de lo próximos que me han parecido, que no me he acordado realmente de ella.

   A ver si van a ser verdad todas estas cosas que te cuento.





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