Tumbado en la proa de la nave, el mar es el espejo en el que mirarse. Otra vez se ve envuelto en uno de esos líos que se hace el marinero a menudo. Este turno toca ser con forma de espiral ya que el muchacho, al chocarse con su sonrisa reflejada, amplía el gesto y, ya te imaginas, Luis, lo demás. Que no para hasta una carcajadota, ya qué importa una más, que le hace decir: "estás más tonto, Gulliver".
Decide no pensar en nada. Aprendió tan práctica habilidad en su último viaje a la tierra de los mantras, los aromas y las princesas cobrizas. No es fácil el proceso pero, ya conociéndole y habiéndose habituado mínimamente a él, no requiere de mayores esfuerzos.
Viaja el marino por la nada con gran placer. Oye sonidos lejanos, ve colores apenas enseñados, que conforme se acercan le hacen estar más lejos, mejor. Nadie de la tripulación osa en esos momentos molestarle.
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