Un día de esos de escasa clientela, me hallaba yo en mi rincón habitual en ese tipo de garitos, con la espalda apoyada contra la pared y a la vista la puerta de entrada, al modo de los capos sicilianos. Yo lo hago más por curiosidad y sobre todo comodidad. Vino La Moco, cuyo nombre de bautismo, inexplicablemente, he olvidado, y se sentó encima de las cámaras, en frente de mí. Dado que llevaba una falda larga y liviana, apenas cruzada en la parte delantera de la cintura, esta se abrió en gran ángulo, quedando a mi vista (madre del amor hermoso) unas braguitas blancas como la luz del cielo. Pese a embargarme la felicidad y existir el peligro de que mis palabras pudiesen acabar con el panorama, tuve que preguntarle si aquel regalo me iba dirigido o había sido más bien un descuido. A la chica le hizo un montón de gracia.
martes, 25 de junio de 2013
La Escuela
Me pillaba al ladín de casa, La
Escuela, por lo que iba allí con frecuencia. Y encantado. Y es que ponían una música estupenda, además. Pronto
empezaron a
conocerme como El Burguitos, y no me sentaba a mí mal ese nombre. Además
de
Lina, trabajaban allí dos hermanas altas y bellas como Modiglianis. La
una, Elena, delgada y sin pecho, rubia pajiza, salía con un chaval
macarrilla y jovial, que fue el que me puso el mote. La hermana, de pelo
negro azabache y ojos liquidos, que te quitaban el pellejo en cuanto se
lo proponían. No fue difícil hacer migas con toda aquella gente. A
diario no íbamos muchos al bar, por lo que las conversaciones fluían sin
problema.
Un día de esos de escasa clientela, me hallaba yo en mi rincón habitual en ese tipo de garitos, con la espalda apoyada contra la pared y a la vista la puerta de entrada, al modo de los capos sicilianos. Yo lo hago más por curiosidad y sobre todo comodidad. Vino La Moco, cuyo nombre de bautismo, inexplicablemente, he olvidado, y se sentó encima de las cámaras, en frente de mí. Dado que llevaba una falda larga y liviana, apenas cruzada en la parte delantera de la cintura, esta se abrió en gran ángulo, quedando a mi vista (madre del amor hermoso) unas braguitas blancas como la luz del cielo. Pese a embargarme la felicidad y existir el peligro de que mis palabras pudiesen acabar con el panorama, tuve que preguntarle si aquel regalo me iba dirigido o había sido más bien un descuido. A la chica le hizo un montón de gracia.
Un día de esos de escasa clientela, me hallaba yo en mi rincón habitual en ese tipo de garitos, con la espalda apoyada contra la pared y a la vista la puerta de entrada, al modo de los capos sicilianos. Yo lo hago más por curiosidad y sobre todo comodidad. Vino La Moco, cuyo nombre de bautismo, inexplicablemente, he olvidado, y se sentó encima de las cámaras, en frente de mí. Dado que llevaba una falda larga y liviana, apenas cruzada en la parte delantera de la cintura, esta se abrió en gran ángulo, quedando a mi vista (madre del amor hermoso) unas braguitas blancas como la luz del cielo. Pese a embargarme la felicidad y existir el peligro de que mis palabras pudiesen acabar con el panorama, tuve que preguntarle si aquel regalo me iba dirigido o había sido más bien un descuido. A la chica le hizo un montón de gracia.
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