Esa noche le había venido a llamar la inspiración. Toc, toc, hizo a su puerta. Llevaba tiempo esperándola, casi desde que empezaron sus aventuras a rodar. Sabía que era un asunto en el que no valían las prisas. Ni los empeños.
-No os lo repito más- les advirtió.
-Gulliver. Estás pirao- se mofaban.
Así que tuvo que ir él solo.
Al llegar se remangó y fue pintando una a una las letras con todo el mimo que reunió. Primero las silueteó con una lápiz de carpintero. De tanto en tanto se alejaba unos pasos hacia atrás, para comprobar el resultado y el efecto. "Las estrellas son testigos" declamó con una sonrisa. "Veniros al más acá", las invitó. Cuando terminó el último de los trazos posó el cubo con la pintura y se volvió a alejar. Se sentó en el suelo. Se prendió un cigarro y boqueó un humo espeso y satisfecho. Sacó del morral dos botellas de cerveza. Abrió una, limpió el gollete con el faldón de la camisa y dio un trago largo que notó cómo atravesaba su garganta. La otra botella la lanzó contra el barco y se hizo añicos .
-Querido compañero, viejo amigo. Hoy te bautizo.
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