jueves, 6 de junio de 2013

Tendría que reconocer que no tengo razón - Paseos por El Parral

   Yo cito mis fuentes, oiga usted. Y este título de hoy no me pertenece sino que es cantado en algún lugar por el grupo Lori Meyers. Al César lo que es del César. Y encima, reconozco que, cuando las estaba escribiendo, he pensado que esas palabras me iban a venir de perillas. 

   Pero una vez aquí puestas no sé muy bien qué hacer con ellas. 



   Hay días aquí en la bitácora en que todo se resume a un título. Con trampa, perezoso, zopenco las más de la veces. ¿El de hoy es enigmático o se trata de una declaración de principios? Muchos de los títulos que aparecen por aquí, muchas de las canciones que te he puesto no son otra cosa que declaraciones de principios. Aunque es harto arriesgado proferir semejantes afirmaciones tan solemnes ya que es dado del ser humano el creer que su versión de los acontecimientos es la buena, que no pueden existir otras y así vienen luego los malentendidos y con ellos las pendencias. Sé que es imposible que ese sea tu caso, por lo que aquí, en este barco callejero, me puedo permitir semejantes devaneos.


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   Toca ahora la música, me lo ha chivado Cronos al oído. Un poco marica, el Cronos, pero de lo suyo entiende.

   Esta, además, creo que le puede gustar a Arturo. No sé por qué. Si tú también lo piensas, mándasela de mi parte. Pero sin decírselo, eh. Su título también es una declaración de principios. O quizá sólo de intenciones.





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   Segovia es muy de pasear. Tiene el tamaño y el pasado adecuados. Qué importante es haber tenido un par de reyes no del todo malos en tu historia. Una lotería.



   Bien sea intramuros o por las riberas de los dos ríos, Gulliver se da largas caminatas. Siempre él solo, por más que le decían que era arriesgado para la mente, ya que estos hábitos despertaban a los demonios, y estos son pérfidos y maldicientes, por definición. Y engatusan y enredan.

   Hoy toca caminar por los Paseos del Parral y de la Fuencisla, con parada obligatoria en la iglesia de la Vera Cruz. El joven marino lo observa todo. Absorbe el aire afrutado, los olores que salen de las ventanas, el tacto de los muros de las casas, el piar alborotado de los gorriones, las luces pestañeando entre los árboles. 

   Ha pasado un momento a saludar a su amigo Leopoldo Yoldi. Leopoldo es mago de los bosques pequeños. Tiene una vitalidad de primerizo y unas gafas pasadas de moda, por las que mira todo como que todo pueda ser mejor, a nada que nos lo propongamos. Pronto le vinieron a avisar de que si seguía con esa actitud no iba a alcanzar nunca las más altas cimas de la miseria en que ellos se emponzoñaban. Era ingeniero de montes en los tiempos en que un ingeniero de montes era otra cosa. Se llevaba unos disgustos de caballo. Por el marino sentía una estima especial, que era justamente correspondida. Se bebieron un vaso de vino en el jardín. A su mujer, que leía en una hamaca, sólo se le oía cómo se le escapaba algún bufido o directamente ya la carcajada. 

   -No estás pendiente de tus lecturas, bella dama.

   -Es que sois unos gamberros. 


   Después de la charla, el joven marinero prosigue su trayecto. Cuando ya está casi atardecido (es el momento preciso) entra en el templo rosacruz y allí reafirma su juramento. Ni a dios ni a patria ni a patrón. La libertad, solo, siempre. La libertad.  







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