lunes, 6 de mayo de 2013

Amor y sexo

   ¿Seré un jodido romántico? Ya te decía que yo, hasta para un improbable lío de una noche tengo que estar perdidamente enamorado. Cuento con la ventaja de que me enamoro fácil y perdidamente. Y así que entramos en la fase "novias".





 
   Como con mi inefable timidez y mi desordenado discurso no alcanzaba las más de las veces a hacerme entender, las relaciones de aquellos años solían ser un mar de dudas con su puntito kafkiano. Y bastante cortas. Guardo gratos recuerdos de algunas de ellas, que no fueron muchas, no te vayas a creer. Del chamizo habíamos pasado a una cochera que daba a las vías del tren. Sí, Luis, otra vez el tren. Parece que tenga algo importante que ver en mi vida. Los trenes que pasan, que se van. Tampoco aquello duró mucho. Mejoramos nuestro estatus cuando alquilamos una casa bastante cochambrosa pero a la vez céntrica, en la calle Trinidad, al lado de Capitanía. Teníamos dos habitaciones, alcoba, cocina y baño. Y una abuelilla como de doscientos años por vecina de en frente. Siempre se le estaban quemando los cables del infiernillo con que se calentaba y donde también cocinaba. Tenía las manos negras de tantos chisporrotazos por más que le decíamos que nos avisara cuando viese algo mal. Tampoco debía de ver mucho la viejita. 

   La habitación más grande la convertimos en sala multiusos. Nos servía de salón, de pista de baile, de sala de juego, y de reuniones, de bar. Incluso de cuadrilátero en una ocasión. La alcoba que de allí colgaba la decoramos como sala de, ¿cómo llamarla? los prolegómenos. Y la otra habitación pasó a ser ya para siempre "la habitación verde" (pregunta, pregunta por ahí). No era aquello el Olimpo del confort y menos de la intimidad ya que las hormonas no guardaban ninguna clase de respeto y pasaban sin llamar. Les hacías hueco con un gruñido. Lo que mejor recuerdo de aquellos revolcones son las dificultades con un sujetador, con el cinto.Y el sudor pegajoso, con saliva. Atinado el nombre de "morrear". 

   No es por darme el pisto pero llegué a coincidir allí con tres novias en una misma tarde. Y las tres fueron atendidas, quizá con un cierto apresuramiento. Qué líos. Tenía yo novia oficial pero aún arrastraban los últimos coletazos de la anterior. Y coincidió en aquella época que la novia que tenía en el pueblo de mis veranos de vigilante de incendios se bajaba los fines de semana a la capital de marcha, y no veas que marcha, y nos solíamos encontrar. Era complicado y requería una máxima atención. No te podías permitir un descuido, ya fuese por llamar a alguna con el nombre equivocado, ya fuese por que se te juntasen en un mismo espacio y en un mismo momento más de una. Una vez llegaron dos a cruzarse por las escaleras, ¡y vivíamos en un primero! Muy hermanos Marx. 

   Todavía entonces seguía mi torpeza ocupando un gran trozo de la tarta de colores. De adolescencia larga (hasta hoy me dura, ya lo sabes) todo eran preguntas incontestables y abismos por doquier. Y así no había manera de gozar. O incluso los placeres eran tan terribles... Y después estaba la cocacola, que hacía que fuesen siendo terribles el resto de la insomne noche. Ay. Dicen que en el fondo nuestra existencia se resume en una pregunta sencilla de formular pero complicada de resolver. ¿Por qué a mí?

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