viernes, 17 de mayo de 2013

Willy Berg

   Y ahora viene este, el Gulliver, con que lo suyo es un apodo, que él es de ascendencia holandesa y hace mil años que vive en Stuttgart. Que es trompetista y en su puta vida se ha montado en un barco. ¿Y ahora qué hacemos, Luis?

  Pues continuar como si nada. 




  Una vez sorteado el huero paréntesis que la mili significó, regresé a casa. Allí mis padres dieron una vez más buena muestra de su bondad y paciencia infinitas. Mi actividad principal, o al menos en la parte oficial del asunto, era prepararme oposiciones. Iba a la Academia Castilla, de un tal Agapito, que se hizo rico a nuestra costa. Iba pero sin mucho entusiasmo. Fíjate lo desgarramantas que puedo llegar a ser que la noche anterior al primer examen (ay, las vísperas) llegué a casa a las cinco de la mañana. Y gracias. Nada, que le tocaba a mi amigo Nacho Cuevas lo de irse a la mili, de alférez provisional, eso sí, y había que festejar su despedida en la casa del pueblo de otro buen amigo. Y después de mucho festejar nos fuimos a las fiestas de Masa, entidad local menor de la Merindad de Río Ubierna, por seguir festejando. Y allí no había dios que me llevase de vuelta para casa. Por grandes que fueron mis súplicas. Los muy cabrones. Al final, abordé a una parejita con auto pero claro, ya eran las tantas. Mi madre, esa santa, me despertó sin mucha confianza. Y así que fui aprobando con las justas y alguna otra anécdota los tres exámenes, uno tras otro. Y aquí estamos ahora, Luis. Solo que nueve trienios después. 

   Creo que ya te he dicho que, en aquel momento, mi padre, una vez cerciorado de la veracidad de las noticias, que nos iban llegando de diferentes fuentes y que apuntaban todas a que su hijo había aprobado la última y definitiva prueba, me soltó de sopetón la gran frase que indicaba cuánta esperanza había depositado en mi futuro y lo angustiado que debía de estar por él. "Bueno, esto de las comunidades autónomas, como va a durar tres días..." Era el pesimismo hecho persona, el pesimismo con patas, cuando quería, mi padre. Y casi tan excesivo como yo. En cuanto los prebostes de turno se enterasen de que un hijo suyo, inopinadamente, había logrado un puesto de trabajo, y encima para toda la vida, se desmontaban ese tinglado territorial que se habían organizado, nada más que por joderle.

   Es más que probable que, cuando salíamos de aprender gestión financiera y otro saberes fundamentales para mi futuro profesional,  y nos íbamos  a la Pécora (un histórico de la noche burgalesa) escuchásemos esta canción.



   Me da que es una canción esta con mal envejecer, aunque tiene una entrada en wikipedia absolutamente portentosa.


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