Pero que el desenlace no desvirtúe las bondades de aquella larga estadía.
Fiesta, fiesta. La luz cada vez más roja, menor su intensidad. Los instintos en ascensión libre. La hostia. Sobre todo porque había mujeres a tutiplén. Y bien deliciosas. Y lo peor de todo es que por ningún lado aparecía el manual con las jodidas instrucciones. Ay, Sifi, Sifi. Pobre Gulliver.
Llegó un momento en que por ahorrar prolegómenos y angustias lo íbamos hablando, los chicos con los chicos y las chicas con las chicas, para hacer el reparto. Luego salía un portavoz por cada grupo y se formaban las parejas, usando el sentido común, casi al modo asambleario. Un modo más práctico de jugar a la botella. Te tocaba la que no habías pensado y aquello se convertía en una carrera de obstáculos, por mor del conocimiento práctico. Ibas tanteando por buscar fronteras y dependiendo de la retroalimentación aumentabas la osadía o retrocedías tres casillas. Chico, aquello no era para mí. Le tocabas las tetas a una tal María Teresa y te preguntabas qué hacías allí tocándole las tetas. Era como el concurso del millón. Yo le he tocado el chumi a Fulanita. Así, en ese plan.
Así que decidí que había que dirigir las flechas y tener buena puntería. Y es allí donde irremediablemente se me mezcló el sexo con el amor.
Y así sigo hasta el día de hoy, que hasta para hacerme una paja tengo que estar enamorado.
Belle & Sebastian y una canción que no sé porqué pero me pone.
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