viernes, 24 de mayo de 2013

Kafka detrás del espejo

   No te preocupes, Luis, que, aunque al Universo del Sexo no le hayamos visto el pelo últimamente por estos andurriales, sabemos de buena tinta que se coló de polizón en el barquito y se vino con nosotros a Segovia.  Le han visto caminar despistado por la Fuencisla, por el Azoguejo, sentado en un banco de madera de un jardín propiedad de un uruguayo que era paisajista, pintor, grabador y arquitecto. Un par de tardes charlaron el Universo y Leandro, que así se llamaba el de Uruguay, calibrando posibilidades, sopesando futuros. El pintor es optimista y le recuerda los inescrutables caminos del amor. Universo menea la cabeza lleno de dudas. ¿A quién dará la razón el innegable mañana? Huele a romero en el jardín, por más que no haya empezado la primavera más que a asomar por una punta.


-o-

   Mientras, en el Palacio de los Lozoya...

   Quizá fuese ese primer día. A lo más tardar el siguiente, cuando Gulliver ya se presentó pulcro y descansado en el trabajo. Que le explicaron los pormenores de sus encomiendas allí. Siempre pensó el chaval (y lo sigue creyendo a día de hoy) que la administración es una empresa tan bruta y lerda que nunca prevé el porvenir, ni en sus mayores y más cercanas evidencias. Así que tiene la sensación el chaval de que le han confiado unas tareas al azar, al buen tuntún,  lo primero que se le ocurrió al jefecillo de turno. Le mostraron dos pilas de expedientes que le llegaban a la altura de las cejas, estando él de pie. Y esos fueron todos los pormenores. Como tonto no era el muchacho, cogió el primero del montón, se fue a su mesa y se lo leyó enterito. Ya en el segundo cayó en la cuenta de que en aquellas tierras, por esas extrañas costumbres, los expedientes se leen al revés, teniendo que empezar, por lo tanto, por la última página. Al cuarto o al quinto se le iban quedando conceptos. Ya para empezar le tenía mosca la etimología de la palabra "expediente". Ni te hablo entonces de pliego de cargos, periodos de prueba, resolución. De esta iba a necesitar en gran cantidad si quería que el gigante de los papeles no se lo comiese por las patas. Las tres mujeres le miraban con curiosidad. 



   Tampoco se le escapó al chico, espabilado como era, que aquellos asuntos venían del año la tana. Y que hacía tiempo que nadie había puesto sus ojos encima de ellos. Mas tiene el chaval, aún reciente la mili, el concepto de la jerarquía muy interiorizado, por más estúpidas que fuesen, como solían, las órdenes recibidas.


   Creo recordar que no pasó mucho tiempo antes de que aquello empezase a liarse como acostumbran a liarse las cosas. Se le llenó el despacho de abogados indignados, de abogados melosos, de abogados amenazantes, de inquilinos esperanzados. Visto con la debida distancia aquello fue una locura. La mayoría de las historias debían de llevar prescritas mil años. El chico, a falta de otras agarraderas intentaba tirar de sentido común pero no siempre le salía, así que se iba para casa con un saco de papeles metido en la cabeza, por consultar con su almohada, y algunas veces hasta lloró. Eso sí, ninguno de los asesores legales de los sancionados alegó prescripción en ningún asunto, los listos. 


   El expediente más flagrante fue uno en el que, resumiremos, el delegado provincial de Hacienda, por tener los altillos de un palacete como vivienda por razón del cargo, doscientos y pico metros de altillos, eso sí, pues había alquilado por más renta de la autorizada un pisito que le habían concedido, de protección oficial, que ya les valía. Se lo arrendó a un médico que, cuando le iban a trasladar, vio que delante de sus narices se pintaba calva la ocasión para sacarle los cuartos al político. El chaval les juntaba, a sus abogados, y no paraba de repetirles: "que la vamos a liar". Ni al mismo Salomón se le hubiera ocurrido un acuerdo más adecuado para las partes. Es lo que pasa con esos problemas que no tienen ninguna solución buena, que el muchacho se quedó con un regusto extraño en el estómago. Pasados los años, muchos, lo que más recuerda el marino es la pinta que tenía el letrado del político, triste, enjuto, marmóreo, quevedesco y otra vez triste. Era clavado al enterrador de Lucky Luke.



   Hoy me da a mí que la canción no pega ni con cola pero aún así ahí queda. Es de Los Burros, el grupo de Manolo García que venía justo después de Los Rápidos y justo antes de El Último de la Fila. Por eso de lo curiosa que es la vida, llevo toda la tarde escuchándoles. O a lo mejor no es por eso. Tú me sobrevuelas es la canción, en cualquier caso.






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