jueves, 16 de mayo de 2013

Las fiestas y las vísperas

   Dice el acervo popular que a las fiestas se las conoce por las vísperas. No seremos nosotros quienes lo pongamos en duda en esta bitácora. Y más cuando se nos van las vísperas un poco de las manos y le toca a uno volver al lugar del crimen, por decirlo de alguna manera. He tenido que bajar un par de veces a la tercera, esta mañana,  y será que soy un susceptible, pero notaba cierto pitorreo. Por consolarme, me he pensado: "La envidia, que es muy mala". Y menos mal, Luis, que no me has dicho nada de lo de mi frente coloradita. Y digo "frente" en el sentido más amplio del término, y digo "coloradita" de haberme pasado media tarde de jornada laboral  en grata compañía, tomando vinos en la terraza de la cafetería del curro. Y no me vengas con que no tenemos terraza en la cafetería, que eso ya me lo sé yo. En fin. Que ya sé que está feo tomar el sol en el curro, a no ser que te hayan encomendado buscar en Camboya al renegado del coronel Kurtz y esto sea Apocalypse Now, que no lo descarto. Un poco forzada la similitud, pero es lo que tienen las fiestas con semejantes vísperas.

   Así que preveo gulliver corto, hoy, y plagado de insensateces. Y encima me levante retrechero. Ya sabes, Luis, lo insensato, si breve, dos veces insensato.





   ¿Dónde estábamos, Gulliver? Ah, sí, en el País de los Gigantes y sin visado. Que no nos pillen los malos que nos extraditan. 


   Lo malo de ir viviendo despacito es que vas aprendiendo las cosas poco a poco. Está bien ir aprendiendo cosas y darte cuenta de ello. Te crees como más importante. Casi dios menor. Luego hay momentos en que no aprendes nada y te das perfecta cuenta, también. Y más si duran trece meses. Así que no es de extrañar que en este alocado viaje en pos de las delicias, nos saltemos de un brinco todo el trozo relativo al Servicio Militar Obligatorio. Qué año más tirado a la basura. Y especialmente en lo que concierne al universo del sexo. Y encima vine pocas veces de permiso. No me extraña que nos diesen bromuro. Menuda olla a presión, si no, el cuartel. Ingobernable. Lo bueno de todo esto, triste consuelo, es que la mili ya no existe.

   El hecho de haber eludido con tan fina cintura ese ingrato y yermo cacho de la vida de uno bien se vale por un gulliver. Y además, qué joderse, Luis, que estoy con resaca y sin ninguna entrada para días venideros. Y a estas alturas de curso, eso acojona.

   Acabo de recordar que al menos, en la Granada donde hice de soldadito, teníamos a los Police.






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