Estaría ya el día atardecido y La Flora era íntegramente lo que hoy se conoce como botellón. Un botellón con patas, por así decirlo. Cuando el fino olfato de mi amigo dejó de percibir las feromonas que sin duda emanaba el resto de la manada empezó a ponerse nervioso. Estiraba el cuello y no alcanzaba a ver a nadie. Se ve que conocía bien mis hábitos. Así que me conminó a dejar de ser un bragazas y, al menos aquella noche, hacer una excepción. Se ve que mi negativa no fue demasiado contundente. Yo qué sé.
Tampoco me acuerdo mucho del desarrollo de los acontecimientos. Iríamos a un bar, pediríamos de beber, nos acercaríamos a alguna pareja de princesas. En estrategia estaba yo muy pez pero mi amigo tenía un pico de oro pulido, además de una planta que hacía que le confundiesen, para su gran disgusto, con un cantante de moda en aquel entonces. Todo ello facilitaba mi papel de comparsa pero no por ello mejoraba mi humor. Pese a mi reconocida inconsecuencia se dan veces en las que no soporto saltarme mis reglas de andar por casa. Y esa era una de ellas. Ya te digo, no recuerdo muy bien cómo pero al rato me vi sentado con una desconocida en un banco de la parte del Paseo del Espolón que linda ya con la ribera del Arlanzón, donde los sauces llorones. Mi amigo y su amiga ya retozaban en el banco más próximo. La luz era diminuta y azulada, quizá hubiese empezado a levantarse el norte. Haría frío. Por no estar allí de miranda y conociendo mi intrincada conversación, supongo que empezaríamos a besarnos y, tal como entonces se decía, a magrearnos. Lo cual no hizo sino empeorar mi estado de ánimo. Debo ser rarito ya que la chica no estaba mal, quizá demasiado joven, por poner algún reparo.
Bajé hasta su cintura con la intención de ir liberando nuestros cuerpos de las ataduras que los ropajes imponen. Su pantalón no tenía cremallera sino una filita de botones. Agarré con suavidad el primero entre mis dientes y me sorprendió lo fácil que se arrancó de la tela. A la chica le dio como un estremecimiento de placer. No le hizo tanta gracia cuando procedí de igual manera pero más bruscos modos con el segundo, tercero y así hasta el final de la bragueta. Me apartó de malas formas, lo cual, ciertamente, no le reproche. Llamó a su amiga con voz de urgencia y salieron las dos pitando hasta confundirse con la gente. Mi amigo me insultó con severidad y se fue corriendo tras ellas. Y yo me quedé allí un buen rato más, partidito de la risa.
Alguna vez me permito celebrar los aciertos. Por más que pírricos. Y hoy se da el caso, ya que la canción está muy bien traída. Brindemos por ello con los gigantes del País de los Gigantes. Música turbia para tiempos salvajes. The Nomads, ahí es nada.
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